AHORA
El éxito de la política debe acompasarse con la situación económica. Milei vivió noviembre en una burbuja de optimismo después de la victoria electoral y con el reaseguro de la promesa de auxilio infinito de su amigo Trump.
Las señales económicas invitan a la cautela.
La actividad sufre un estancamiento desde febrero.
El Indec reportó un crecimiento interanual en septiembre del 0,5% después de revisar al alza los datos de meses anteriores. Ese ajuste evitó que se declarara oficialmente una recesión (fruto de tres trimestres seguidos de caída). Las autoridades del instituto estadístico tuvieron que publicar un comunicado larguísimo para explicar las razones técnicas de ese cambio...
Como sea, la industria y la construcción siguen en caída. Las noticias sobre cierre de fábricas han vuelto a poner el foco sobre los costos sociales del cambio de modelo hacia una economía abierta apalancada en inversiones energéticas y mineras que aportan escasa mano de obra. Todavía no hay señales de recomposición del salario real y en breve empezará a sentirse el efecto de nuevas quitas de subsidios en servicios públicos.
En paralelo se recorta el debate sobre las reservas. Milei está plantado en la idea de no comprar. El ancla cambiaria es clave de su programa de desinflación y no está dispuesto a entregar ese tesoro. Con el Banco Central vacío se ata al humor de los mercados. El cañón de dólares del Tesoro de Estados Unidos ayuda, pero no tanto para que el riesgo país se desplome por debajo de los 600 puntos como pronosticó el Presidente.
Son, aun así, días de una calma impensada. Milei camina solo el ring y por momentos no tiene con quién despuntar el vicio de la pelea.
Solo debería prevenir los excesos de confianza. En el sosiego de noviembre, alguien podría pensar que el malestar social que empujó a la categórica derrota electoral bonaerense de septiembre quedó superado por arte de magia dos meses más tarde. Las montañas rusas son así de traicioneras.
MARTÍN RODRÍGUEZ YEBRA, LA NACIÓN
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