La revolución de la fotografía digital multiplicó las cosas; de aquellas 24 o 36 fotos por rollo a los cientos de instantáneas que quepan en la tarjeta de memoria. Pero esa comodidad y ese abaratamiento de costos parece haber gestado también un nuevo problema para el viajero: la obsesión por fotografiarlo todo.
¿Cuántas veces el turista se encuentra ante un espectáculo natural único, una maravilla arquitectónica, una situación irrepetible y, en lugar de mirarlo directamente, sólo lo hace a través de una pantalla, para luego concentrarse en postear las fotos cosechadas?
Para que la fotografía no arruine los viajes, entonces, una propuesta. La próxima vez que se encuentre ante un paisaje, natural o urbano, de esos que quitan el aliento, que detienen el tiempo, que capturan y paralizan..., renuncie. Despacio, en silencio, apague y guarde la cámara -o el teléfono o ambos-, y conságrese a observar. Nada más.
Daniel Flores | LA NACION DEL 17 DE AGOSTO.-
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