Una de las compañías de belleza más grandes del mundo surgió casi de casualidad, a mediados de la década de 1880, cuando su creador, un vendedor ambulante de libros, se dio cuenta de que sus clientas estaban más interesadas en las muestras gratis que ofrecía junto a sus textos, que en el contenido de éstos.
Fanático de la lectura y amante de la obra de Shakespeare, David H. McConnell eligió el río que atraviesa la ciudad natal del autor inglés, Stratford-upon-Avon, para rebautizar su emprendimiento, que al principio llevó el nombre de California Perfume Company. Y fue así como desde 1928, la compañía que hoy tiene más de 300 millones de clientes, comenzó a llamarse Avon.
McConnell, gracias a su experiencia como vendedor ambulante, también había observado que muchas mujeres se quedaban solas en casa, mientras sus maridos pasaban la mayor parte del día en sus trabajos. De hecho, en aquel entonces, sólo un 20% de la población femenina trabajaba.
Y fue así como se le ocurrió otra brillante idea. Las convocó para que se dedicaran a ser revendedoras de sus productos. De esta forma, Avon no sólo les ofrecía la posibilidad de verse más lindas, sino también de que fueran económicamente independientes y con la posibilidad de dirigir su propio negocio. Algo inimaginable en aquel entonces. Y fue así como las mujeres se lanzaron a vender, hace más de 125 años, la caja de perfume Littledot.
Esta modalidad es la que caracteriza hasta hoy a la compañía, que ya se encuentra en más de 100 países, entre ellos, la Argentina, a donde arribó en 1970. Y son más de 6 millones las mujeres que actualmente se dedican a revender no sólo productos de belleza, sino también de moda y hasta para el hogar.
Déborah de Urieta | LA NACION DE HOY.-
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