Corría el año 1972, estaba en tercer año de la carrera de Contador Público en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, y relevado de mis obligaciones militares, buscaba trabajo, para aligerar la carga que representaba para mis padres.
El Banco de la Provincia de Buenos Aires llamó a un concurso, y me presenté, como tantos otros jóvenes, ya que no era fácil conseguir trabajo, entre otras cosas por la incertidumbre que las elecciones del año 1973 despertaban.
El exámen, en mi caso, se realizó en el Colegio Santa Catalina, en el Barrio de Constitución, días antes de la asunción del presidente elegido en marzo, el justicialista Héctor J. Cámpora.
Pensé que con el nuevo gobierno, el concurso iba a quedar en la nada, asique continué con mi búsqueda.
En julio de 1973, ingresé a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. El lugar donde desempeñaba mi trabajo -la Dirección de Personal- si bien no tenía nada que ver con mis estudios, era un comienzo.
El nuevo gobierno, al igual que lo había hecho en 1946, modificó drásticamente el mercado financiero, nacionalizando los depósitos bancarios, de modo que los bancos privados pasaban a ser meras bocas de captación, debiendo transferirlos al Banco Central, quien los utilizaba para dar créditos con carácter sectorial y regional.
Ello acrecentó sus atribuciones y funciones de contralor, por lo que llamó a concurso de estudiantes de Ciencias Económicas, al que también me presenté.
En 1974 ingresé por concurso al Banco Hipotecario Nacional, si tener ninguna noticia de los dos anteriores.
A fines de ese año, cuando me encontraba cursando las últimas materias -me recibí en el primer cuatrimestre de 1975- me llamaron al mismo tiempo del Banco Provincia y del Banco Central para ofrecerme un puesto, al que había accedido por puntaje en los concursos mencionados.
Como mi prioridad en esos momentos era recibirme, consideré que lo mejor era quedarme donde estaba, y renuncié a los dos ofrecimientos...
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