María del Rosario Galván, una conspiradora contumaz, sentencia que "la política es la actuación pública de pasiones privadas". Dada su psicología, confiesa también que la atrae "ese vicio nacional, el resentimiento, que es rey mezquino con su corte de enanos envidiosos".
La misma María del Rosario explora, aun con más profundidad, un recóndito sentimiento que está en el alma de tantos poderosos, cuando le dice -despechada- a quien había sido su protegido: "Quiero que sufras por lo que yo he sufrido desde que nací, no porque tú me hayas hecho daño".
un ex presidente maniobrero y nostálgico, Cesar León, siente que "la victoria de ser presidente desemboca fatalmente en la derrota de ser ex presidente". Y especulando sobre la elección de sucesores, dice: "El que más le deba será el que más obligado se sienta a demostrar su independencia". O bien: "El problema de la sucesión presidencial no es quién, sino cómo. Tú asegúrale al saliente que vas a proteger su propiedad, sus privilegios y su familia. Con esto basta. La seguridad es oro. Más bien no tiene precio".
un empecinado secretario de Hacienda, Andino Almazán, que confiesa a su mujer que él "sólo tiene dos opiniones. La suya y la equivocada". En su habitual batalla por partidas y recursos, señala: "¿Qué quieren los caudillos locales? Un país sin más ley que la suya, balcanizado como la Argentina, y vea usted, alguna vez una república unida y hoy un conjunto deplorable de republiquetas independientes". Carlos quería mucho a la Argentina, había vivido allí, bailaba el tango admirablemente y de ahí esa adolorida mirada, extensible por cierto a tantos otros países.
Paulina Tardagarda, una ilusa parlamentaria que terminará "desaparecida", define como nadie -virtud de los poetas- nuestra sociedad de la comunicación: "Los pueblos juzgan más por lo que ven que por lo que entienden". Del mismo modo que, ácidamente, comprueba: "El ridículo ha destruido más gobiernos latinoamericanos que la ineptitud o el crimen".
Otro personaje escribe al aspirante a la gran silla: "Ser un poco corrupto es como ser virgen a medias"
al contralor de la república, don Domingo de la Rosa, a quien "le dicen El Flamingo, porque no sabe en cuál pierna pararse, la derecha o la izquierda".
Julio María Sanguinetti | LA NACION de hoy.-
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