El 16 de setiembre de 1977 en su departamento parisino, sola y alejada del mundo, acompañada solamente por su ama de llaves y su chofer, fallecía María Callas a los cincuenta y tres años. En su diario, la entrada de ese día rezaba: …en los momentos más crueles, tú eres mi única preocupación, y tranquilizas mi corazón. El último llamado de mi destino. La última cruz en mi camino. Son los primeros versos llenos de desesperanza cantados por la heroína de La Gioconda de Poncielli. ¿A quien se refería: a su primer marido Battista Meneghini o a Aristóteles Onassis, su gran amor? Meneghini aseguró que se refería a el, Onassis había muerto dos años antes, sumiéndola en la tristeza y la soledad.
Sin embargo una palabra falta en esta cita textual, la primera: Suicidio...
Esta omisión dio lugar a todo tipo de interpretaciones sobre el deceso real de la diva, que falleció de un ataque al corazón según el certificado de defunción. Lo que se agravó debido a la rápida cremación de sus restos, cuyas cenizas sin embargo nunca estuvieron en el nicho del cementerio de Pere Lachaise -al que concurren aún hoy sus admiradores y donde nunca faltan flores frescas- las que fueron esparcidas recién en 1979 en el Mar Egeo.
La carrera de María Callas ocupó poco más de veinte años, entre 1942 y 1965: debutó en Atenas con Tosca, uno de sus roles más logrados, y culminó en Londres con el mismo personaje. Luego, a comienzos de los setenta, hizo giras mundiales dando recitales, en los que la diva no pudo mantener el nivel de sus épocas de gloria, lo que no fue óbice sin embargo para que sus admiradores concurrieran en masa a verla y oírla.
Su voz era una amenaza: inestable, escucharla podía a veces no ser una experiencia enteramente agradable, con matices que podían ser de una belleza singular, pero con otros que sonaban desafinados, llegando incluso al grito destemplado. Pero ella la transformó en una oportunidad, ya que como Callas sostenía, ella representaba mucho más que el bel canto: “Para trasmitir el efecto dramático, tanto al público como a MI misma, debo producir sonidos que no son bellos. No me importa que no lo sean, siempre que sean AUTENTICOS”
¿Que fue lo que hizo entonces de esta mujer legendaria una prima donna absoluta, en una época en la que brillaban también nombres como el de Renata Tebaldi o Joan Sutherland, y que aún hoy cautiva a los oyentes?
En primer lugar su entrega total: mantuvo un repertorio amplísimo, exhumando operas que hacía más de cien años que no se cantaban, con un enfoque intenso, dejando de lado en muchas de ellas lo que habían sido en el pasado –simples exhibiciones de virtuosismo vocal- para transformarlas a causa de su talento interpretativo y de su línea de canto en dramáticamente significativas y convincentes, exigiendo a su voz muchas veces más de lo que esta podía dar, y esa actitud arriesgada fascina a los amantes de la ópera, y por ello la amaron, aunque tuvo también por este enfoque muchos detractores, especialmente entre los más tradicionalistas.
Y en segundo lugar, su voz y como la empleaba: el toque Callas hacía que sus papeles fueran memorables y dramáticamente convincentes, aunque no siempre estuvieran exquisitamente cantados. En palabras de uno de sus más famosos admiradores John Ardoin “Cuando se había escuchado su voz, difícilmente se la podía olvidar. Era obsesiva y perturbadora; estremecía e inspiraba”.-
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