Como señala Mark Mizruchi, de la Universidad de Michigan, en un libro reciente, la minoría empresarial selecta americana de la posguerra tenía "una ética de la responsabilidad cívica y un interés personal ilustrado". Cooperaban con los sindicatos y eran partidarios de un papel fuerte del Estado en la reglamentación y estabilización de los mercados. Entendían la necesidad de los impuestos para sufragar importantes bienes públicos, como las autopistas interestatales y las redes de seguridad para pobres y ancianos.
En esa época, las minorías selectas no eran menos poderosas políticamente, pero con su influencia sacaban adelante un programa que redundaba en provecho del país.
En cambio, los más ricos actuales son unos "magnates quejicas", por usar el evocador término de James Surowiecki. El ejemplo mejor para Surowiecki es Stephen Schwarzman, presidente y director gerente de la sociedad privada de inversión Blackstone Group, cuya riqueza supera los US$ 10.000 millones.
Schwarzman se comporta como si "estuviera acosado por un Estado entrometido y exagerado con los impuestos y un pueblo llorón y envidioso". Ha señalado que "podría estar bien aumentar los impuestos sobre la renta a los pobres para que «se arriesguen más» y que las propuestas de revocar los resquicios legales para no pagar impuestos por el interés devengado eran "semejantes a la invasión de Polonia por Alemania".
Otros ejemplos de Surowiecki: "Los inversores de capital de riesgo Tom Perkins y Kenneth Langone, cofundador de Home Depot, compararon los ataques populistas a los adinerados con los ataques de los nazis a los judíos".
Si los más ricos creen que ya no son parte de la sociedad y no necesitan demasiado al Estado, no es porque eso corresponda a la realidad, sino porque el argumento prevaleciente presenta los mercados como entidades autónomas que dependen de sus recursos.
No hay razones para esperar que los más ricos se muestren menos egoístas que cualquier otro grupo, pero no es tanto su propio interés personal lo que obstaculiza una mayor igualdad social. El obstáculo mayor es el de no reconocer que los mercados no pueden producir prosperidad por mucho tiempo -y para todos - si no están respaldados por sociedades sanas y una buena gestión.
Dani Rodrik | profesor de Ciencias Sociales en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. LA NACION del 20 de julio.-
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