Se trata, como sabemos, de uno de los personajes más "narrados" de nuestra historiografía. El Instituto Nacional Belgraniano contabilizó en 1998 alrededor de mil ochocientos títulos que seguramente no agotaban la producción existente hasta ese momento sobre su trayectoria.
Se trata, además, del nombre más emblemático de la "nacionalidad argentina", identificado en la conciencia pública como símbolo de virtudes cívicas, de entrega a la patria, de renuncia a sus privilegios de cuna, de temple frente a las victorias y también frente a las derrotas. Un nombre que, como nos recuerda el autor, nunca fue cuestionado.
Sin embargo, el Belgrano que nos presenta Halperin es diferente. Y lo es porque, ante la pregunta –que orienta todo el libro– acerca de qué razones explican que ocupe ese lugar de excepción, nunca impugnado, en el Panteón de Padres de la Patria, se despliegan argumentos no transitados por sucesivas generaciones de historiadores, dispuestas en todo momento a discutir la legitimidad de quienes habitan dicho Panteón.
La naturalización de la respuesta siempre complaciente a esa pregunta es, precisamente, lo que se formula aquí en clave de enigma. Si bien nuestra historia patria está jalonada por "enigmas clásicos", como el que representa Juan Manuel de Rosas en el Facundo de Sarmiento o el que encarna San Martín en la célebre entrevista que mantuvo con Bolívar en Guayaquil, el que se plantea en esta oportunidad es novedoso por varios motivos.
En primer lugar, por el íntimo vínculo trazado entre la historia del personaje, el destino que le asignó la memoria colectiva argentina y las inquietudes que impulsaron al autor a encarar –luego de más de tres décadas de habérselo propuesto– la trayectoria de quien fue inmortalizado como el creador de la bandera nacional.
En segundo lugar, por las dimensiones que Halperin escoge para explorarlo: la dinámica interna de su familia, el papel y las expectativas que sus padres depositaron en él y el modo en que ese hijo internalizó, actuó y mantuvo vivo el mandato parental ocupa un sitio central en esta obra.
En tercer lugar, por la forma en que organiza la trama para descifrar finalmente el enigma Belgrano. Puesto que no se trata de una biografía, el autor selecciona sólo algunos momentos de la vida de Manuel Belgrano y los entrelaza gracias a un meticuloso análisis de fuentes y testimonios en que dialogan diversas memorias y voces.
Así, no deberá sorprender al lector que la voz del protagonista aparezca tardíamente en el texto, anticipada por fragmentos de la imagen que de él nos transmitió el general José María Paz en sus Memorias y de la que luego consagró Bartolomé Mitre en Historia de Belgrano y de la independencia argentina.
Es un Belgrano que a lo largo de su vertiginosa carrera, iniciada al servicio de la Corona y proseguida al servicio de la revolución, se dejó muy fácilmente llevar por ilusiones que a muy corto andar se revelaron imposibles. Aquí, los dos valores del término "ilusión" –como afán de convertir un deseo en realidad y como tendencia a proyectar cursos de acción reñidos con la realidad misma– reflejan muy bien los avatares de la trayectoria vital que presenta el texto.
El catálogo de decepciones que supo exponer Belgrano en su Autobiografía –escrita en 1814, cuando su carrera no pasaba por el mejor momento– es retomado por Halperin para destacar que allí se exhibe un doble –y penoso– descubrimiento, "que el mundo es muy distinto e infinitamente peor de lo que él había imaginado" y, sobre todo, "que él mismo, Manuel Belgrano, carece de la competencia necesaria para desempeñar con éxito el papel que había escogido para sí en la epopeya revolucionaria".
En ese inventario de frustraciones en que es pródiga la memoria autobiográfica de Manuel Belgrano, desfilan las experiencias vividas mientras ocupaba distintas y muy estimables posiciones: como secretario del flamante Consulado de Comercio de Buenos Aires instalado en 1794; como aspirante a letrado empapado de las ideas reformistas e ilustradas, autor de las Memorias anuales presentadas en el cuerpo consular, colaborador en el Telégrafo Mercantil y el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, y redactor del Correo de Comercio; como capitán de las milicias urbanas de Buenos Aires durante las invasiones inglesas; como líder del grupo criollo que en 1808, al producirse la vacancia real con la invasión napoleónica, apoyó calurosamente la alternativa de coronar como regente de América a la hermana del rey cautivo, Carlota Joaquina de Borbón; como miembro de la Primera Junta Provisional de Gobierno formada el 25 de mayo de 1810; como general en jefe de los ejércitos revolucionarios en los distintos destinos de la geografía virreinal a los que fue asignado (Paraguay, Banda Oriental y Ejército del Norte).
Y, por supuesto, ese relato que, como toda autobiografía, padece de los espejismos de quien evoca en primera persona un pasado reciente a la luz de un presente –en este caso, sombrío– que motiva su escritura, no podría incluir el itinerario posterior de su autor. La totalidad de ese itinerario –que más tarde vio a Belgrano como agente diplomático en Europa entre 1814 y 1815, defensor de una monarquía incaica mientras sesionaba en Tucumán el Congreso que declaró la independencia en 1816, encargado nuevamente del Ejército del Norte y, en tal condición, convocado para intervenir en las disputas que enfrentaron al Directorio con las fuerzas federales del litoral– revela las vicisitudes de quien cruzó los estertores del régimen colonial para lanzarse al "torbellino revolucionario".
Sobre estas oscilaciones Halperin construye un fascinante y agudo relato que da a conocer los resortes más íntimos de la personalidad de quien fue luego consagrado como Prócer de la Patria; resortes inscriptos siempre en esa trama familiar que el autor recupera una y otra vez. Y si aquí reside una parte de la clave que permite develar el enigma Belgrano, la otra se define al final, cuando el orden argumental regresa a las imágenes construidas por testigos e historiadores.
En ese regreso se cierra el arco trazado entre la especial atención prestada en las primeras páginas a las Memorias del general Paz y la más breve referencia a Mitre y la forma en que ambos contribuyeron a plasmar –aunque en versiones y con finalidades diferentes– esa imagen que pervive aun hoy en la memoria colectiva de los argentinos. Allí el lector, luego de experimentar el sabor del suspenso, podrá entender las razones que explican el lugar de excepción que, a pesar de todas sus "fallas", ocupa Belgrano en el Panteón nacional y, por supuesto, podrá con satisfacción descifrar su enigma.
MARCELA TERNAVASIO, INFOBAE DE AYER. (El prólogo fue condensado para su publicación.)
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