Dos hombres fueron la semana pasada el símbolo de esos dos mundos. Desde la plaza Syntagma, de Atenas, ciudad donde nació la democracia en el siglo V a.C., el primer ministro de izquierda radical llamó a sus compatriotas a rechazar el proyecto de acuerdo decidido por el Eurogrupo el 26 de junio. Desde Bruselas, Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea (CE) exhortó a los griegos a aceptar ese acuerdo para evitar un Grexit.
Haciendo oídos sordos a esas advertencias catastróficas, anoche los griegos asumieron el riesgo de lo desconocido y renovaron su confianza en Tsipras.
"Se trata mucho más de una cuestión de poder y de democracia, que de dinero y de economía", escribió la semana pasada el premio Nobel Joseph Stiglitz.
Desde esa perspectiva, el no de ayer puede ser leído como un sobresalto democrático frente a una tentativa de dominación política.
Al votar masivamente por el no, los griegos desoyeron a los Casandra de las finanzas que repitieron durante estos meses los riesgos de contagio que un Grexit podría representar para la zona euro.
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