Anteanoche, mientras Daniel Barenboim dirigía, cualquier persona del público con cierta experiencia musical podía advertir hasta qué punto este músico ha desarrollado una relación natural con Wagner. La sensación de familiaridad y espontaneidad que transmitió al dirigir el Idilio de Sigfrido, recordaba la emocionante franqueza que comunicaban Erich Kleiber o Wilhelm Furtwangler cuando lo hacían. Igualmente, para la seductora naturalidad con que transmite los lenguajes contemporáneos.
En el caso de que los haya, deben ser muy pocos los directores vivos que puedan disfrutar de esa relación. Es muy probable que, actualmente, Barenboim sea el único.
Jorge Aráoz Badí, La Nación de hoy.-
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