Hay algo más que una obviedad en advertir que Estados Unidos es justamente lo que es hoy. Existe un ruido en sus cimientos que no ha sido convenientemente escuchado y que se hace más sonoro camino a las elecciones. Como ya se ha señalado en esta columna, ese efecto es consecuencia de un doble fenómeno: la crisis económica de 2007/2008 en las postrimerías del gobierno de George Bush, que estrelló la idea del sueño norteamericano y de la movilidad social. Y la carrera tecnológica que amplificó la intemperie de esas masas.
Alrededor de ese proceso de quiebre se consolidó un sentido común que validó una concentración asfixiante del ingreso. Es cierto que a lo largo de los dos gobiernos de Barack Obama se redujo la tasa de desocupación, pero los nuevos empleos fueron de menor calidad y remuneración así como de mayor precariedad que los anteriores a la crisis. Según cifras del Departamento de Trabajo, creció en mayo a medio millón de personas la encuesta de quienes tienen un trabajo informal y esperan algo fijo, al tiempo que, informa el ministerio, otro tanto se rindió y directamente dejo de buscar. El dato lo refuerza una investigación de la Universidad de Princeton que sostiene que entre 2005 y 2015 encabezaron las listas de posibilidades las “alternativas laborales”, es decir trabajo part time, independiente, o tercerizado. Si se observan sondeos del Pew Center, se advierte otra pista de la turbulencia social: por primera vez en 130 años los norteamericanos de hasta un promedio de 24 años prefieren vivir en la casa paterna antes que con amigos o parejas. No es un escenario que difiera mucho del que ofrece hoy Europa.
MARCELO CANTELMI, CLARÍN DE HOY.-
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