RODAS, LA COLOSAL

"...Rodas la múltiple, la que vencedora y vencida tantas veces, ha terminado por derrotar al enemigo peor, al Tiempo"

Manuel Mujica Láinez, Placeres y fatigas de los viajes.-


Rodas, en el Egeo oriental y enfrente de las costas turcas, es la capital de las islas del Dodecaneso, y la más grande de todas.

Luego de dos días de navegación, al aproximarse el barco al puerto, desde la cubierta se divisa inmediatamente el carácter, como diríamos hoy, multicultural de la isla: el macizo palacio-fortaleza medieval de los caballeros de San Juan de Jerusalén -restaurado por los italianos durante la ocupación- quienes permanecieron allí desde 1312 defendiendo sus murallas, coexiste con los minaretes de las mezquitas, edificadas a partir de 1522, cuando el sultán Solimán los expulsó, refugiándose en Malta. Los turcos fueron a su vez arrojados fuera de la isla por los italianos en 1912, siendo estos a su vez desplazados por los alemanes durante la segunda guerra mundial, decidiendo los aliados en 1946 devolver la isla a Grecia.

Una vez en el interior, aparecen los vestigios de la época griega -los dóricos fundaron en el siglo VI a de C. las ciudades de Lindos, Kamiros y Lalyssos-
Kamiros, a unos 40 kilómetros del puerto amurallado, fue edificada sobre la ladera de una colina que cae al mar. Desde los restos de su acrópolis, ubicados en lo alto de ella, se divisa la costa turca. Dedicados a la agricultura, sus habitantes llegaron a acuñar su propia moneda y contaban con tuberías de terracota para la distribución del agua.

El más insigne monumento de la isla permanece, aún hoy, rodeado de misterios indescifrados. Dos columnas coronadas por sendos ciervos señalan en el viejo puerto el lugar donde podría haber estado emplazado el Coloso, una de las siete maravillas del mundo antiguo, que parece que fue destruído por un terremoto, y cuyos fragmentos de bronce permanecieron desparramados al pie de su emplazamiento durante ocho siglos, siendo luego adquiridos por un comerciante judío, que los transportó a lomo de 900 camellos hasta la costa de Siria, ignorándose el destino de los mismos.

Cayendo la noche, entré a la ciudad amurallada por la puerta Amboise, pasé frente al Palacio de los Grandes Maestros y atravesé en medio de una casi fantasmagórica oscuridad solo cortada por alguna lamparita -la crisis me dijeron- la Calle de los Caballeros, auténtico museo al aire libre donde se encuentran una al lado de la otra las hosterías que alojaban a los provenientes de las ocho "naciones" o "lenguas" originales: España, Francia, Inglaterra, Provenza, Auvernia, Aragón-Navarra, Castilla-Portugal y Alemania, lo que no me impidió observar las pétreas fachadas y los escudos que coronaban las mismas, como así también algunas estatuas que las ornaban.

Al término de la travesía y saliendo de la ciudad amurallada me encontré de vuelta en el bullicioso puerto, con sus negocios de recuerdos, donde hice algunos sacrificios propiciatorios al dios Mercurio, y luego subí al ómnibus que me devolvió al barco, el que a la mañana del día siguiente me dejaría, navegando ahora en dirección oeste, en las Cícladas, archipiélago en medio del Egeo, entre la Grecia continental y Turquía.-