Viajar no es solo tomar contacto con las personas que pueblan los lugares visitados a fin de formarse una idea acerca de sus costumbres y modos de sociabilidad, tampoco es un medio para admirar solo sus bellezas naturales, implica también relacionarse con las ciudades visitadas, dando así lugar a una trilogía que no debería faltar en la mayoría de los periplos: personas-paisajes-ciudades.
Cuando alguien visita una ciudad tan interesante como San Petersburgo, esa trilogía se amalgama perfectamente, y así por ejemplo, el contacto con algunos de sus palacios, contemplándolos en su entorno ciudadano y tomando conocimiento de la historia de sus ocupantes, va desplegando ante nuestros ojos, cual materia viva, la historia de esta deslumbrante ciudad, que es como decir la historia de Rusia, desde su fundación por Pedro el Grande a comienzos de 1700 hasta nuestros días.
Comenzando por el núcleo más antiguo de la ciudad, la isla de las Liebres, sobre el Neva, donde Pedro dio comienzo a sus ciclópea tarea, frente al Palacio de Invierno, nos encontramos con la Fortaleza de Pedro y Pablo, la lúgubre prisión donde propio el zar encarceló a su díscolo hijo, quien según la leyenda, murió de un golpe propinado por su padre luego de una discusión, y en la que más adelante y hasta 1917 fueron encarcelados los enemigos de la seguridad del estado, los que al traspasar sus muros perdían su identidad personal -pasando a ser solo un número- la que era solo conocida por cuatro personas: el Zar, el Ministro de Seguridad, el Jefe de la Policía Secreta y el Director de la prisión. Un hermano de Lenín fue ahorcado en ella.
Volviendo a tierra firme y dejando atrás el Palacio de Invierno y la imponente plaza seca que le da marco, casi al llegar al Campo de Marte, lugar de paradas militares durante el régimen zarista, nos encontramos con el Palacio de Mármol, construído por Catalina la Grande para uno de sus favoritos, el conde Orloff, quien nunca llegó a ocuparlo, ya que para cuando se terminó su construcción, había caído en desgracia ante la zarina, quien lo encarceló.
Muy cerca de allí, aparece a nuestra vista un edificio color rosado que sale de los cánones del barroco ruso - el que al barroco europeo agrega el sobredorado y las cúpulas acebolladas- iniciando el neoclacisismo arquitectónico en la ciudad, es el palacio que el zar Pablo, hijo de Catalina, a quien odiaba, se hizo construír para sí, ya que sostenía que no se consideraba seguro en el Palacio de Invierno. Cuarenta días después de instalarse en su nueva residencia, fue asesinado en su dormitorio por un grupo de nobles.
Volviendo atrás y siguiendo al canal Moika llegamos al Palacio Yusupov, en estilo neoclásico también y perteneciente a una de las familias más ricas y de más alcurnia de toda Rusia. Allí el Príncipe Yusupov asesinó al monje Rasputín en 1916, poco antes de la revolución, quien tenía un enorme ascendiente sobre la zarina, en razón de sus poderes para conjurar las recaídas que la hemofilia le ocasionaban al jóven zarevitch, cerrando así un ciclo histórico que comenzó trecientos años atrás.
Palacios petersburgueses, ¡cuántas historias de poder absoluto, amor, locura y muerte se encierran detrás de sus muros!
Conocerlas es no solo conocer sobre el pasado de Rusia, sino asumir también que la historia de ese país fue como fue, pero pudo haber sido de otra manera.-
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