No le costó a Alberto Fernández
mucho ser presidente, digitado para una candidatura que tuvo el apoyo
popular. Se ahorró toda la carrera de un político por construir una
identificación exitosa con los representados. Se inviste con eso de la
misma rareza que tuvieron otras presidencias extravagantes del peronismo.
Eduardo Duhalde fue designado por el Congreso para terminar el mandato por el cual había competido con Fernando de la Rúa
en 1999, y para el cual perdió. Debía completar el período como si
fuera el suplente.
Otro que accedió después de perder en las urnas fue Néstor Kirchner, vencido en 2003 en la primera vuelta por Carlos Menem. Asumió cuando el riojano se bajó del balotaje.
Esas extravagancias fueron tóxicas para el sistema.
Ignacio Zuleta, Clarín de ayer
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