Las anécdotas abundan. Una de las mejores la contó Dan Rattiner en su libro In the Hamptons. Resulta que el hijo de un farmacéutico local cierta vez pasó a buscar a Pollock, su compañero de tragos nocturnos, por su casa de Springs.
Gritó desde la puerta el nombre del artista sin respuesta. Como la puerta estaba abierta, se decidió a pasar al interior por si éste estaba en la parte trasera y no lo podía escuchar. Nunca lo encontró, pero al salir se dio cuenta de que entre el ir y venir había pasado varias veces por encima de una pintura gigante de Pollock puesta a secar en el piso y que sus huellas habían quedado marcadas.
Al día siguiente volvió para confesar lo ocurrido, a lo que Pollock simplemente le dijo: "Me di cuenta. Quedó bien. Lo incorporé a la obra".
Robyn Lea, entrevistada por Juana Libedinsky, La Nación revista del 29 de noviembre.-
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