Pocos viajeros de todas las épocas han tenido, como el suizo Johann_Ludwig_Burckhardt, la posibilidad de redescubrir para sus contemporáneos sitios tales como el Templo de Abu_Simbel en el sur de Egipto y Petra, la ciudad rosa esculpida de los nabateos, en la actual Jordania.
La ciudad fue habitada por tres civilizaciones, primero, 7000 años a.C por un pueblo agricultor, luego, entre los años 1200 y 539 a.C, se instalaron en el lugar los edomitas, quienes eran malos albañiles, pero buenos ceramistas, cualidad que trasmitieron al último pueblo que se estableció, los nabateos, quienes hablaban un dialecto arameo -la lengua de Jesús- y poseían una escritura de trazos refinados. Poco se sabe de los ritos religiosos que practicaban.
Esta civilización prosperó a través de la actividad agrícola -viñedos y olivares-, de la ganadería -camellos, cabras, ovejas y caballos- y la cerámica.
Para ello contaban con grandes piletones cavados en las montañas, donde recogían el agua de lluvia, que luego dirigían a través de canales.
Pero lo que constituyó la verdadera prosperidad del reino, fue el hecho que la ciudad se encontraba en el punto de convergencia de todas las caravanas que llevaban seda y especias de China e India a Egipto, Siria, Grecia y Roma, percibiendo de ellas tasas que cimentaron su riqueza.
El reino llegó a contar con 30.000 habitantes, pero los romanos no toleraron esa bonanza y en el 106 d.C la anexaron a la provincia romana de Arabia, aportando el teatro y las rutas empedradas. Este contacto entre ambas civilizaciones es lo que hizo que muchos monumentos cuenten con elementos greco-romanos.
A medida que crecía la influencia romana, los locales fueron perdiendo sus riquezas y su poder.
Luego, el cristianismo y las cruzadas contribuyeron al proceso de decadencia, ya que muchos edificios fueron convertidos en iglesias, y la capital del reino nabateo fue perdiendo su vigor, hasta quedar deshabitada en el siglo XII d.C.
Luego de recorrer los 130 kilómetros que separan a Petra del puerto jordano de Aqaba, de los cuales una parte se hace por el Camino_de_los_Reyes, atravesando un paisaje casi lunar, solo interrumpido en algún tramo por el paso de trenes de carga que llevan los productos mineros que el país exporta a la estación marítima, se arriba a la nueva Petra, que gracias al turismo, cuenta hoy con 30.000 habitantes.
El camino a la vieja Petra comienza en el Siq, el angosto lecho de un río que baja serpenteando por un desfiladero de unos 2,5 kilómetros, el que en algunos puntos apenas tiene 4 metros de ancho y 70 de alto, lo que hacía que la ciudad fuera casi inexpugnable.
Al recorrerlo, se dejan en el camino diversas formaciones geológicas, con caprichosas formas y colores, restos de antiguos monumentos, hasta que al final nos encontramos con el ícono del lugar, El Khazneh o Cámara del Tesoro, de cuarenta metros de alto, veintisiete de ancho, con seis columnas a la entrada y otra seis en la parte superior, su escalinata, sus frisos y sus imágenes.
Su principal caracterísitca, como la del resto de los monumentos -las tumbas reales o el Deir o el Monasterio, por citar a los más importantes- es que al exterior, ricamente decorado y esculpido sobre la roca, se le opone un interior cavado en ella, extremadamente simple, como así también el hecho que pese a que exteriormente las fachadas dan idea de que tienen varios pisos, esto es algo meramente decorativo, ya que todos los interiores están al nivel del suelo.
Desde 1985 la ciudad rosa de los nabateos, esculpida en la piedra, está en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, y desde 2007 es una de las Siete_maravillas_del_mundo_moderno.-
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