miércoles, 24 de marzo de 2010

DOS ESTRAGOS-LA MISMA VÍCTIMA- SEGUNDA PARTE

Estrago 2, seis años después

Poco había cambiado el barrio en seis años: se había pavimentado la calle y al lado de los Bedoya estaban construyendo una nueva casa.

Don Rafael, para mejorar la vista de la suya, sacó la antigua verja de entrada más alta y la reemplazó por una más baja.

Mi padre había comprado un auto, y como a la casa en construcción le faltaban detalles de terminación y tenía garage -la nuestra no- el dueño le ofreció a mi padre guardar el auto allí hasta que la ocupara.

El día que la nueva verja de entrada de los Bedoya estuvo finalizada, era el mes de octubre o noviembre, no recuerdo muy bien. Una conjunción de hechos fatídicos tiraron al suelo -nunca mejor usada la palabra- de golpe sus anhelos de renovación edilicia.

Mi padre tenía lumbago, todavía no había llegado de trabajar, asique al final de la tarde decidí por las mías guardar el auto enfrente, para aliviarle la tarea.

Yo tenía 16 años y ya había practicado manejo con el en el campo de un tío, pero nunca había entrado el auto al garage. Tarea nada fácil, ya que había un poste de luz a la izquierda que hacía incómoda la entrada, quedando el pilar de la nueva cerca de don Rafael a la derecha.

Abrí las puertas del garage, subí al auto y encaré hacia adelante con cuidado, tirándome hacia la derecha en la subida, para, una vez superado el poste corregir el rumbo hacia la izquierda, maniobra que hice, pero que resultó insuficiente -no existía aún la dirección de potencia- para evitar que con el guardabarros trasero derecho rosara el pilar, que como estaba recién terminado se derrumbó como un castillo de naipes.

Don Rafael y su esposa Julia estaban en el fondo del jardín tomando el te -desde donde no me veían- contemplando su obra magna -esto me lo contó después un vecino que pasaba en ese momento- y de repente se incorporaron cuando vieron a los ladrillos que caían desparramados cual terremoto grado 8 en la escala de Richter.

Cuando llegaron a la vereda y vieron lo que había causado la tragedia, Don Rafael solo me dijo: "Hugo, no me dejaste disfrutar ni un minuto de la nueva verja", yo mudo de verguenza, no pude articular palabra, por lo que solo atiné a guardar el auto como estaba, cerrar el garage y cruzar a mi casa, mientras los Bedoya apilaban los ladrillos caídos y lavaban la vereda para remover el material desprendido.

Cuando mi padre regresó de trabajar, impuesto de lo sucedido y del motivo que me había llevado a tomar tal decisión, cruzó enfrente a ofrecer sus disculpas y a hacerse cargo de los gastos de la reconstrucción.

Al día siguiente, regresaron los albañiles -que también habían trabajado alguna vez en mi casa- y volvieron levantar el pilar.

Por toda compensación, considerando mi loable acto, solo pidieron que mi padre se hiciera cargo del asado que era de práctica ofrecer a los trabajadores una vez acabada la obra, cosa que el hizo gustosamente.

Aprovechando mi percance, se hizo cambiar de lugar el fatídico poste, luego de lo cual entré varias veces el auto al garage sin inconvenientes.

Sin embargo cuando lo hacía y Don Rafael estaba apoyado sobre el portón de entrada a su casa, con su típica pose de medio cuerpo extendido hacia afuera, me parecía vislumbrar en su rostro un rictus de preocupación...

8 comentarios:

MarcosKtulu dijo...

El templo de Salomon se derrumbó varias veces y todavía sigue siendo sagrado, quizás hasta más que antes. Ese pilar o lo que quede de él debería ser un lugar de culto de Los Perini.
Feliz dia de la memoria Hugo Abal Perina. Hay que celebrarlo así, con anécdotas setentistas.

hugo dijo...

esta es sesentista marcos, de 1968, cuando tenía 16 años, y como dice el tango: volver a tenerlos!!!

Anónimo dijo...

Hugo con esta familia eras un reincidente.

hugo dijo...

así es iván, fueron los dos estragos que hice en del valle, y los dos les tocaron a los bedoya pobres, tengo un gran recuerdo de rafael y julia...

Carlos dijo...

Hugo, esa historia me recuerda mi lejana infancia que empezó en un departamento de la calle Pueyrredón y, luego de un paso por el exterior y por el campo, culminó en una casa en Vicente López donde viví de los diez a los dieciocho años y pude hacer vida de barrio.

A propósito de la forma con que se celebraba el fin de las obras, recuerdo que, además del proverbial asado, colocaban un árbol ( o una rama grande) en la azotea de los edificios de departamentos; creo que eso no se hace más.

hugo dijo...

así es carlos, en burzaco era una rama, y se acostumbraba hacer el asado cuando se secaban las hojas.

yo no las he visto más en obras terminadas...

Marta Salazar dijo...

Ooooooh!
Hugo, sigue contándonos más historias de tu infancia, son realmente muy, pero muy entretenidas; me las imagino "live",
Un abrazo fuerte y mil gracias!

hugo dijo...

algún hecho más queda por ahí, en mi memoria marta, pero no mucho, tuve una infancia-adolescencia "tranqui", salvo estas "singularidades"...