miércoles, 25 de julio de 2007

La Viena de Francisco José, prólogo del drama alemán

El libro "La Viena de Wittgeinstein" de Allan Janik y Stephen Toulmin, Taurus, 1998, nos ofrece varias lecturas posibles.

Una de ellas, desde la historia cultural o desde la historia de las ideas, nos pone en contacto con la Mitteleuropa.

Otro abordaje, desde la historia política, nos permite seguir secuencialmente una serie de hechos que comenzaron a desarrollarse en Viena a partir de 1866, los que acumulados, terminaron al cabo de casi cincuenta años con la monarquía de los Habsburgo, y lo que es más importante en mi opinión, esa secuencialidad va a repetirse casi como un calco durante la corta vida de la República de Weimar, la que no había sido para Hobsbawn otra cosa que "El Imperio derrotado sin el Káiser", llevándola en solo quince años desde su esperanzadora constitución hasta su trágico fin.

Me detendré en este último.

Una derrota traumática en una guerra, la crisis económica, la exacerbación del sentimiento nacional, el rechazo a los judíos, así como al cosmopolitismo cultural y al liberalismo, tanto político como económico constituyeron los rasgos caracterísitcos de la Viena de Francisco José y del Berlín de la República de Weimar.

Este proceso comienza en Austria con la derrota militar sufrida a manos de los prusianos en Sadowa, en 1866, hecho que conmovió los cimientos de la monarquía dual, poniendo fin a las pretensiones que los Habsburgo habían tenido siempre acerca de su papel hegemónico en el mundo de habla alemana y especialmente en el centro de Europa. La contundencia y rapidez con que la maquinaria bélica prusiana del conde Moltke despachó al ejército de Francisco José, puso en evodencia que el Imperio Austro-Húngaro era ya un anacronismo, conviertiéndose a partir de ese momento en una potencia de segundo orden, que acompañaría dócilmente de ahí en más las decisiones políticas que se tomaban en Berlín, alejándose cada vez más de aquel vasto imperio que se extendía desde el valle del Pó hasta los Cárpatos, creado trescientos años antes para proteger a Europa de los turcos.

A partir de esa derrota traumática, Francisco José inicia un proceso de "abolición de la historia" o sea se niega a aceptar los cambios políticos y sociales que se presentaban como inevitables y a cambio, Viena le ofrece al mundo el vals "Danubio Azul", compuesto por Johann Strauss solo unas pocas semanas después del revés militar.

Siete años más tarde, en 1873, se produce la desastrosa caída y bancarrota del Mercado de Valores, fecha que desde entonces los austríacos llamarían "el viernes negro", lo que dio comienzo a veintitrés años de depresión económica y además incrementó las ideas antisemitas, lo que llevó en 1884 a una airada reacción contra la concesión a la banca Rothschild de una importante línea ferroviaria, por entenderse que incrementaría la "influencia corruptora" de los judíos en la vida pública. En esa atmósfera de intolerancia y cuando aún los ecos del crack bursátil no se habían apagado, en 1874 una nueva obra musical da cuenta al mundo de la alegría vienesa, Johan Strauss otra vez, estrena la opereta "El murciélago".

El desplome bursátil y los escándalos que lo siguieron, tuvieron a su vez otras consecuencias políticas. La más importante de ellas fue que minó las bases del liberalismo austríaco, que desde 1848 compartía el poder con la aristocracia y la burocracia imperial, siendo reemplazado por una nueva serie de "partidos de masas", que también van a estar presentes en Weimar treinta años después: la social democracia, el populismo social cristiano y el nacionalismo pangermánico. El concepto "partidos de masas" representó una novedad en la vida política del imperio, frente al liberalismo anterior, cuyas bases de sustentación fueron reducidas, estando limitadas a la población de habla alemana y a los judíos alemanes de clase media que habitaban los centros urbanos, siendo asociado por sus adversarios con el capitalismo cosmopolita, revelando una vez más el ancestral conflicto entre la kultur y la civilización.

Dos líderes de estos "partidos de masas" con su dialéctica y acción influenciaron al austríaco Adolf Hitler, según el mismo lo mencionó: Karl Lueger, varias veces alcalde de Viena, del Partido Social Cristiano, "un demagogo oportunista", quien hizo suyo el discurso antisemita, si bien más social y económico que fanático y doctrinario y Georg Ritter Von Schonerer, del Movimiento Nacionalista Alemán del Imperio de los Habsburgo, mucho más sectario que el anterior, quien rechazó los ideales iluministas, reemplazándolos por la voluntad de poder y a su vez no dudó en utilizar la coacción física como una forma de hacer política, hecho este último absolutamente novedoso. Schonerer sumaba además a estas dos características mencionadas un acendrado pangermanismo -que lo había llevado sesenta años antes del Anschluss a proclamar en el parlamento austríaco su anhelo de formar parte del Imperio Alemán- y un marcado rechazo hacia los eslavos del imperio, a quienes consideraba inferiores y bárbaros, frente a los alemanes ilustrados y culturalmente superiores.

En suma, pese a su intento de abolición de la historia a través de las apariencias, Francisco José no hizo más que poner en evidencia la falsedad y artificalidad que signaron la última parte de su reinado, llevándolo a la catástrofe que significó la derrota de 1918 y a la ruptura con el pasado, que representó el desmembramiento de un imperio que se había mantenido tanto tiempo en el poder que "parecía" encarnar la identidad nacional de un vasto y disímil conglomerado humano, lo que había sido la mejor garantía para su duración, la que por ello se suponía ilimitada en el tiempo.
A su vez creó la condiciones que dieron sustento a ideas políticas, las que en su momento no harían más que favorecer el desarrollo del drama alemán, que clausurando el ciclo liberal iniciado en Weimar, haría emerger a la faz de la tierra un nuevo Reich que pretendía durar mil años.-

miércoles, 18 de julio de 2007

PINACOTECAS RUSAS

El turista que llegue a Rusia interesado, entre otras cosas, en ver buena pintura, no será defraudado.

En efecto, en Moscú podrá visitar la Galería Tretiakov, que contiene la mayor colección particular de arte ruso en el mundo, la que fue donada a la ciudad de Moscú en 1892 por el comerciante P.M Tretiakov. Si por el contrario, el visitante quiere admirar buena pintura europea, puede visitar el Museo Pushkin de Bellas Artes, que se encuentra muy cerca del Kremlin y de la Plaza Roja, donde además de tener a su disposición importantes obras de los artistas más representativos desde el renacimiento italiano en adelante, no se puede dejar de remarcar el acervo de pintura francesa, especialmente impresionista y post impresionista, proveniente de las colecciones de los industriales textiles S. Shchukin y S. Morozov, las que fueran nacionalizadas después de 1917 por el gobierno revolucionario.

Pero será sin duda en San Petersburgo, donde sus afanes serán ampliamente recompensados al visitar el Museo del Ermitage. ¿Que podemos decir de esta pinacoteca? Pues nada más que es la mayor del mundo en su clase, y cuenta entre sus obras destacados trabajos de artistas europeos y rusos.

Sobre el Ermitage, permítasenos hacer antes que una detallada información acerca de las pinturas que guarda en su interior, un relato sobre sus orígenes y evolución, ya que en nuestra opinión tal desarrollo permite seguir le evolución política y social de Rusia desde los inicios del museo, durante el reinado de Catalina la Grande, hasta la actualidad.

El pequeño Ermitage -ermita del francés-, que alojó inicialmente los primeros cuadros de la colección, fue agregado al Palacio de Invierno por Catalina, como un lugar de reposo de la soberana, donde se retiraba a meditar y donde recibía a sus más íntimas relaciones. Resulta curiosa la actitud de estos soberanos que gustaban alejarse de los grandes palacios a espacios más pequeños. Sin embargo esta actiud no fue exclusiva de la zarina rusa, como puede verse en Versailles con el Gran Trianón de Luis XV o el Pequeño Trianón de María Antonieta y en Postdam con el "Sans Souci" de Federico de Prusia.

La primera gran compra de obras fue hecha por Catalina en 1764 en Europa; treinta años después el museo contaba en su acervo con 3900 obras de maestros de la pintura europea. Pero además Catalina envió a artesanos rusos a aprender las técnicas artísticas europeas, y fruto de ello fueron los trabajos al fresco existentes en las Logias de Rafael, que fueron copiados de sus originales vaticanos, volcadas a cartones y a partir de los mismos, reproducidas fielmente por artesanos rusos en las paredes del Ermitage.

Durante el reinado de Alejandro I (1801-1825), pese a la dificultades y esfuerzos que impusieron a Rusia las guerras napoleónicas, hubieron aportes significativos al patrimonio el museo.

Nicolás I (1825-1855), fue quien impulsó grandemente al Ermitage. Durante su reinado se profesionalizó la curadoría, que pasó a recomendar que obras adquirir, se confeccionó un inventario de las colecciones y se construyó especialmente para sede del museo el Nuevo Ermitage, al lado del pequeño de Catalina. El monumental edificio fue inaugurado en 1852. El mismo estuvo abierto al público, con algunas restricciones: funcionaba solo dos o tres horas por día, estaba cerrado los domingos y días festivos, y no podía visitarse durante el mediodía, ya que era la hora en que Nicolás visitaba personalmente el museo; el acceso al mismo solo podía efectuarse con frac para los hombres y traje de corte para las mujeres, lo que evidentemente dejaba afuera al grueso de la población, y como estaba al lado de las dependencias zaristas, los visitantes, por razones de seguridad, eran cuidadosamente estudiados previamente por la policía.

A fines del reinado de Alejandro II (1855-1881) se flexibilizó el acceso, ampliándose la base de visitantes.

Los reinados de los últimos Romanov Alejandro III y Nicolás II (1881-1917) encontraron al museo funcionando casi de manera independiente, y a pesar de que estos dos zares no mostraron tanto interés por el mismo como sus antecesores, el Ermitage fue siendo cada vez más popular, levantándose las restricciones para acceder al mismo, lo que hizo que en 1903 fuera visitado por 130.000 personas de la más variada condición social y nacionalidad.

Durante la revolución, el museo pasó por situaciones contradictorias: por un lado fue saqueado por los comunistas quienes vendieron en el mercado de arte internacional importantes obras de grandes maestros, hasta que en 1933 los conservadores del museo lograron poner fin a la mismas y por el otro su acervo se vio enriquecido por la incorporación de las magníficas colecciones de pintura de fines del siglo XIX y principios de XX, confiscadas a los ya mencionados industriales Shchukin y Morozov.

Los bombardeos alemanes durante la segunda guerra mundial afectaron enormemente al edificio, siendo reconstruído al término de la misma, pese a las duras condiciones que afectaban al país.

Hoy abre sus puertas al público con todo su esplendor, siendo el objetivo de sus actuales curadores llenar el vacío de obras de la pintura occidental correspondientes al período 1917-1970.-

jueves, 12 de julio de 2007

SHOSTAKOVICH Y LENINGRADO

Creo que ningún compositor en la historia de la música occidental tuvo una relación tan estrecha con su ciudad natal como Dimitri Shostakovich. Tchaikovsky, "el más ruso de todos nosotros" en opinión de su insigne compatriota Igor Stravinsky, pese a vivir y morir en San Petersburgo (así se llamaba Leningrado antes de la revolución bolchevique), nunca le dedicó ninguna página musical a su ciudad. Mendelsohn compuso una sinfonía "Escocesa" y una "Italiana", pero tampoco compuso nada sobre Hamburgo, la ciudad donde nació y donde su prominente familia estaba establecida desde hacía muchos años y Mozart, por citar solo algunos casos, si bien tiene sinfonías tituladas "París", "Linz" y "Praga", no compuso ninguna con el nombre de Salzburgo.

Dimitri Shostakovich compuso diez sinfonías, aunque su nombre quedó indisolublemente ligado a la séptima, titulada "Leningrado", escrita durante el sitio de 900 días a la ciudad por las tropas alemanas durante la segunda guerra mundial.

El compositor, quien ya había tenido problemas con el estalinismo por su conducta artística "díscola" y alejada del "realismo socialista" que se exigía a los creadores, pidió ser transferido al frente de batalla, pero su solicitud fue denegada, alistándose como bombero de la defensa civil, protegiendo el Conservatorio de la ciudad. Varias veces le fue ofrecida la posibilidad de dejar Leningrado, pero siempre se negó. Cumplía con sus obligaciones, y cuando estaba liberado momentáneamente de ellas componía, aún en el refugio antiaéreo mientras caían las bombas.

Una vez terminado el tercero de los cuatro movimientos, el compositor escribía:
..."Con un sentimiento de admiración y de orgullo observé los hechos heroicos del pueblo de Leningrado...Todavía tengo que escribir el final de la sinfonía...Podría describirlo con una sola palabra -Victoria-...Nunca he dedicado ninguna de mis obras, pero esta sinfonía...pretendo dedicarla a Leningrado. Cada una de sus notas, todo lo que he puesto en ella, está ligado a mi ciudad natal y a estos históricos días de su defensa..."

Finalmente, Shostakovich abandonó la ciudad con su familia; primero fue a Moscú y de allí se trasladó a Kuibyshev, lejos del frente, donde extrañando la dura batalla por la existencia librada en Leningrado, como así también los recuerdos del compañerismo durante el sitio, culminó la sinfonía.

Durante la guerra la obra se estrenó en Moscú, y luego fue interpretada en muchos países. En Londres fue escuchada por 60.000 personas. En Nueva York, a donde la partitura había llegado microfilmada en un avión que voló a través de los campos de batalla de Europa, fue estrenada por Arturo Toscanini . Pero sin duda la representación más conmovedora fue efectuada en Leningrado, donde solo quedaban quince músicos de la Filarmónica de la ciudad. Se corrió la voz para que se presentaran todos los ejecutantes de los otros grupos sinfónicos locales, pero aún así no eran suficientes, por lo que se autorizó a desmovilizar del frente en forma temporaria a los intérpretes que faltaban.

En palabras del compositor, los cuatro movimientos representan, respectivamente: la vida feliz y pacífica de un pueblo que tenía confianza en su futuro, los episodios felices del pasado reciente, el amor a la vida, la maravilla de la naturaleza y una vida feliz en el futuro, después de que el enemigo haya sido aplastado.

Las opiniones sobre esta vasta obra musical de alrededor de setenta y cinco minutos de duración varían: hay quienes consideran algunos de sus pasajes musicales como una acabada y lúgubre expresión del drama de la guerra, en tanto otros la encuentran trivial. Bela Bartok, a la sazón exiliado en Nueva York desde su Hungría natal ocupada, los encontraba algo absurdos.

Como en toda creación estético-musical, solo queda que los interesados la escuchen y saquen sus propias conclusiones.-