HOY
Doce días después hizo exactamente lo contrario.
El anuncio de un plan de acumulación de reservas internacionales y el ajuste por inflación de las bandas cambiarias fue la consecuencia de un primer gran límite
con el que se topó Milei después del triunfo electoral del 26 de
octubre. Resulta, además, una prueba más de su proverbial pragmatismo.
Una cosa es la manifiesta vocación de “acelerar” y otra no frenar cuando
enfrente aparece una pared.
Milei y el ministro Luis Caputo se resignaron a ajustar el plan después de la decepcionante colocación de deuda de la semana anterior, a una tasa del 9,2%. El mercado no les creyó. En línea con el reclamo del Fondo Monetario Internacional (FMI),
desbarató la tesis presidencial de que podía pagar los vencimientos de
2026 con nuevo endeudamiento y que, por eso, no necesitaba atesorar
reservas en el Banco Central. El amigo Donald Trump no apareció esta vez a ayudarlo. “El viaje monetario del señor Milei no ha terminado”, sintetizó la noticia el semanario liberal The Economist.
Un segundo límite se materializó unas horas después en el Congreso. La
sensación de que no queda nadie en pie en la oposición llevó a La Libertad Avanza (LLA) a empujar una agenda reformista de alta intensidad sin el más mínimo debate.
Con un espíritu de “ahora o nunca”, Milei ordenó incluir en el presupuesto la derogación de las leyes de financiamiento a las universidades y a las políticas de discapacidad. Casi una venganza: le iba a hacer pagar a “la casta” la herejía de haberle impuesto esos proyectos en medio del año electoral.
El capítulo completo fue rechazado por
una mayoría. No le alcanzó al Gobierno con la pirueta de ocho diputados a
los que sus gobernadores les pidieron avalar la eliminación de las
leyes que habían apoyado no una sino dos veces este mismo año.
Ahora en el proyecto de presupuesto aprobado no salen las cuentas. Milei bramó cuando se enteró de lo que había quedado en pie: “Así no cierra el superávit fiscal”.
Patricia Bullrich se propuso complacerlo con un debate exprés de la reforma laboral de 197 artículos que no incluyó una negociación seria con los sindicatos ni con las centrales empresariales.
Los senadores prometen darle apoyo a la reforma laboral, pero en el
Gobierno crece el temor de otro triunfo pírrico con una ley recortada en
artículos esenciales. El trámite irá finalmente a otro ritmo.
El ansia imperial es incompatible con las fastidiosas manías del sistema republicano.
MARTÍN RODRÍGUEZ YEBRA, LA NACIÓN