miércoles, 3 de enero de 2018

UNA PARTICULAR MANERA DE RECIBIR EL AÑO NUEVO

...cada 1° de enero cumplo a pie juntillas con un rito. Creo que empecé a hacerlo luego de trasponer el límite de los 21 años, cuando noté, alarmado, que los años empezaban a encogerse.
Desde entonces, cuando ya han pasado las horas del brindis y la pirotecnia casi se ha extinguido, busco un lugar tranquilo y me siento a esperar el amanecer. No tengo una explicación. Simplemente, me parece que el año no arranca a la hora abstracta que marca el reloj en la pared, a las 12 de la noche (¿las 12 dónde?), sino cuando empieza a clarear por el este, los pájaros se alistan y, por fin, el sol estalla silencioso en el confín, inapelable, como el porvenir, y más estremecedor que cualquier fuego artificial.
Si es posible asistiré más tarde al otro crepúsculo, el que cierra la primera jornada del año. 
Cada 1° de enero observo cómo se alza el telón del tiempo y cómo baja luego, sin otra ceremonia que el sutil cambio en la brisa, las luces que se encienden de a poco en las casas y las bandadas de aves yéndose a dormir. 
Imagino que es una forma de confirmar que el tiempo no se devalúa, que los años no se han acortado, que sólo hemos dejado de prestarle atención a las cosas importantes.
ARIEL TORRES, LA NACIÓN DE HOY.-

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