martes, 10 de noviembre de 2015

EL POPULISMO, PASADO Y PRESENTE

¿Qué es lo que distingue el populismo de un régimen democrático normal? Después de todo, con la excepción de Cuba, en toda América latina se celebran hoy elecciones competitivas y todas las constituciones protegen los derechos individuales, la separación de poderes, el imperio de la ley. Por lo menos de palabra. ¿Donde está el problema? Dejemos que lo explique Nicolás Maduro: "No entregaría la revolución", dijo, asumiendo la posibilidad de una derrota electoral. Y luego: "Pasaría a gobernar con el pueblo en unión cívico militar". Traducido: si los electores no me votan, ejerceré el poder con mi gente; las normas sólo se aplican si gano. Brutal, pero claro. Hay Pueblo y pueblo. Los populistas, en su núcleo esencial, piensan así: creen que su pueblo es moralmente superior a los demás pueblos y que encarna ideales más elevados que los que sostienen a las mismas instituciones democráticas: justicia, solidaridad, igualdad, identidad nacional, etc. Es en el nombre de ese pueblo imaginario, mítico, que el populismo pretende la unanimidad y que no puede ver en la victoria de sus adversarios un hecho fisiológico de la democracia. De ahí que la crisis del populismo desestabiliza el régimen político, donde no habría otra cosa que una normal alternancia en el gobierno.

¿Cómo fue que gobiernos que tenían el viento en sus velas y las cajas repletas de dinero, como el de Chávez y el de los Kirchner, terminaron en una situación tan desesperada? ¿Por qué hoy sufren la derrota y amenazan con arrastrar a pueblos enteros a peligrosas polarizaciones ideológicas? Las razones abundan: mala gestión, arbitrariedad, corrupción, recesión. Pero hay algunas más profundas que otras y del todo nuevas. La primera es que los populismos de hoy son híbridos: tienen el mismo impulso totalitario de sus antepasados, pero no pueden, como hacían aquéllos, acabar con cualquier oponente. Los populismos de hoy viven, aunque incómodos, en la democracia, lo que los obliga a tolerar más pluralismo que el que quisieran, hasta tener que competir y correr el riesgo de la derrota. Y no sólo eso: mientras en el pasado el ciclo populista era a menudo interrumpido por la intervención de las fuerzas armadas, que potenciaban así el mito de los populistas como custodios de la soberanía del pueblo, ahora ese riesgo ya no existe. Por suerte. El populismo puede así completar su ciclo y exhibir sin más excusas los frutos de su gobierno, en general nada atractivos. Si hubo un tiempo en que, al ser derrocado, el populismo dejaba flotando el sueño de una esperanza reprimida, ahora deja ropa sucia y platos rotos a la vista de todos.

LORIS ZANATTA, Ensayista y profesor de historia en la Universidad de Bolonia, LA NACIÓN DE HOY.-

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